8 PRUEBAS DE DIAGNÓSTICO Y UNA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Cuando no haya ninguna razón como para mantener la calma, mantén la calma. Gabriel Sandler

Tras 20 años investigando, llegó un señor sesudo, Howard Gardner, a ser galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2011, y por fin nos ponemos a hablar de obviedades: somos más de lo que dejamos ver, más de lo que nos dejan enseñar, más de lo que queremos que nos vean, somos seres maravillosamente únicos, y no somos la truñoexcelencia de la Espe, sino que podemos y necesitamos ir mucho más allá. Gracias a este señor tan encantador, tenemos vela en el entierro de las inteligencias “marías” y que son las que realmente harán que nuestras vidas sean un paseo entre las piedras o un arrastrarse dolorosamente por el pedregal. Y bien sabe dios que no estoy yo en contra de los tropezones: me gustan en la sopa, en el salmorejo y en la vida. Preferiblemente, que los pueda gestionar, claro. Pero si no me dejan ser, no puedo aprender a ser y no podré gestionar mis piedras con inteligencia.


Me tocó ayer corregir el tocho Ciudadanía de las Pruebas de diagnóstico, y me gustó. Mi amiga y compañera Pepi me avisó de las preguntas que tienen que ver con cosas que trabajo en clase desde hace muchos años y que me han costado a veces escuchar que pierdo el tiempo o el incómodo eso para qué sirve. Primer día de clase, 5º de primaria, maestra nueva, a ver ésta de qué va: Un folio en blanco y responder la pregunta ¿Quién soy? Tenéis todo el tiempo que necesitéis. Si les pongo a resolver una matriz se asustan menos. Por cierto, desde primero de carrera no he vuelto a usar una matriz, salvo la mía y para menesteres más grandiosos que “resolverla”. Vuelve a asaltarme la idea de la revisión (más) del currículo aunque sea en la intimidad de mi aula.

Esa pregunta, ¿quién soy?, a los diez años y delante de un folio en blanco puede ser devastadora. Sí, a los 50, si no lo has resuelto antes, puede ser hasta peor. Lo es, de hecho. Sé que, como yo, sin ir a la escuela hay cosas que se saben de manera intuitiva, el cuerpo y lo que siente (no lo que piensa) es un gran maestro, el maestro olvidado, reprimido hasta la saciedad en cualquier sitio; naces capaz de hacerte un nudo sobre ti mismo, o saltar como un gamo y en poco tiempo la lumbalgia, las escoliosis y sabe dios qué más, aparecen como consecuencia de la represión de lo natural: el movimiento y la expresión de los sentimientos más íntimos, de la forma que sea. En casa, cállate, no manches, no te muevas, no te rías que no se oye la tele… ¿otra vez llorando?... En la clase, el maestro o la maestra no te dejan moverte y en el patio se ríen de Perenganito el gigantón más chulo de España porque Fulanita le dijo que no. Y esa risa no es más que la forma de ocultar la vergüenza que nos da sentir lo que sentimos y un lastre en la vida de Perenganito que seguramente, la próxima vez no será tan tierno, se pondrá el disfraz de puercoespín y se creerá a salvo, craso error, de los envites del amor.

Y así la bola crece y crece hasta convertirnos en adultos y adultas muy parecidos a muñecos a los que han metido un palo de fregona en el culo. Envarados y doloridos, con aires de grandeza y sin saber la mayoría que la coraza apenas puede ocultar al niño o la niña de las rodillas desolladas. Y envarado y dlorido, se aprende peor.

Y de tropezones (sentimientos, errores, vacíos, llantos, desamores y enfados entre otros mil), quería escribir. De cómo gestionarlos en la escuela y en el aula. Ya hay muchos libros, técnicas y juegos para trabajar todo eso, pero para mí es muy superficial. A Daniel Goleman le falta algo y a los coach de ahora casi todo. Porque en general, hay cosas que sigue dando apuro decirlas y hacerlas, y así damos por enésima vez un modelo menos sano a los niños y niñas que nos observan desde sus sillas sin perder detalle de lo que emitimos. No basta con leer el Secreto, aunque ser positivo y creer en la abundancia sea mejor que no hacerlo. Hay algo más profundo aún.


Profe, ¿qué te pasa? Mamá, ¿estás llorando? Si mamá no llora y la maestra tampoco, del maestro y de papá ni hablamos. Enseguida nos limpiamos la cara y la ponemos en modo, ¿qué me va a pasar? Pues nada. Y así vivimos en una mentira (la del no me pasa nada) que la chiquillería ve, y así aprenden a reprimir lo suyo porque si lo hace mi madre será que está bien, que es lo correcto, que los sentimientos, como el culo, no se le enseñan a cualquiera. Ya he dicho culo dos veces, y me veo en la imperiosa necesidad de ir a corregirlo, pero no lo haré. Mejor pongo una foto a modo de muestra.

Gardner y la necesidad de cambiar el trabajo que hacemos en la escuela irán sacando poco a poco la necesidad real que tenemos de cambiarnos a nosotros mismos, de conocernos, de saber que el amor, como la ira, los llevamos dentro, que no son culpa de los de enfrente ni de las circunstancias… y soltar ese peso alivia mucho el alma y despeja la mente para que las matrices las podamos resolver mejor y tener a mano esta herramienta de vital necesidad.. De nada sirve tener un coco privilegiado si vas por la vida escondiendo las heridas, intentando que no se note que vives, que quieres amar, que te gusta eso que sientes aunque no sea legal, que eres vulnerable y que está muy bien ser así…. Aparentando ser quien no eres porque ni siquiera sabes la maravilla que habita en ti. Y si no tienes suerte como la tenemos muchas personas, de saber esto, no importará ni te hará mejor que ganes un Nobel de Literatura si eres un gañán en tu vida personal y espiritual.

Por último, propongo habilitar cementerios para poder llevar flores a nuestras capacidades y habilidades no desarrolladas, muertas en el camino de casa a la escuela, llevar flores a lo que no nos dejaron hacer ni aprender, a lo que no pudo ser, a lo que tapamos, a lo que escondimos y a lo que nos da miedo intentar. Nunca entendí la utilidad de los cementerios hasta que me di cuenta de que necesito leer el nombre de mi hermano en un mármol espantoso para caer en la cuenta de que está muerto, porque se me olvida. Y se me olvida que la niña que fui no está muerta, que sigue viviendo conmigo y que, aunque ya no llegue a ser la Pavlova, puede divertirse como una posesa bailando Bad romance y, porqué no, teniendo uno, viviendo los miles de regalos que nos quedan… Nada es imposible cuando seguimos los dictados del alma, cuando no estamos locos, precisamente, porque sabemos lo que queremos.

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